Milenio

Tres ministras

A la pregunta de cuándo habrá suficientes mujeres en la Suprema Corte de Estados Unidos, Ruth Bader Ginsburg suele contestar que serán suficientes cuando todas sean mujeres. Y ante la sorpresa que produce su respuesta, hace notar que nunca nadie ha cuestionado que solo haya habido hombres en el pasado. Eso es lo que sucede con los privilegios: se dan por sentados, forman parte de un statu quo que, al ser cuestionado, produce incomodidad. Muchos buscan justificarlos y explicarlos y, en el peor de los casos, los describen como propios de un orden natural o de un orden divino. Ello explica el arraigo y persistencia de los sistemas de privilegio: se transmiten de generación en generación. Quienes gozan de ellos se aferran a mantenerlos. Y quienes están excluidos aceptan el sistema o no tienen herramientas efectivas para luchar contra él. Viven invisibilizados, sin voz y sin una participación en la vida pública que los haga partícipes de los debates públicos al respecto. Lo cierto es que en una sociedad constituida por hombres y mujeres, todos y todas tendríamos que participar igualitariamente en la toma de decisiones. Nuestros puntos de vista tendrían que ser tomados en cuenta; nuestras características y habilidades deberían ser puestas al servicio de la sociedad. Hay un valor intrínseco en la diversidad, del que nos privamos cuando no tomamos medidas para revertir estas inercias y patrones históricos.

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