La migración es un drama que pone a prueba la capacidad de nuestras sociedades para respetar los principios básicos de la humanidad. Sus razones se remontan siempre a historias de dolor y sufrimiento, de persecución y represión. Las circunstancias que llevan a las personas a migrar son tan desesperadas —hambre, guerra, violencia, pobreza extrema—, que cuando deciden hacerlo, es a sabiendas de que el camino hacia la vida mejor que anhelan, también estará lleno de peligros y abusos.
Y es que en general los migrantes indocumentados en cualquier parte del mundo están especialmente expuestos a actos de discriminación, racismo y xenofobia; es común que sean víctimas de arrestos arbitrarios, ausencia de debido proceso, explotación laboral y falta de acceso a la justicia, y en tal sentido, se encuentran en una posición de vulnerabilidad estructural, en la que la posibilidad de que sus derechos humanos sean violados, se vuelve casi inminente.
Esta situación de fragilidad para las personas que migran sin documentos se ve exacerbada en nuestro país, en donde el fenómeno migratorio es extendido y se presenta en todas sus facetas —país de origen, país de destino, país de tránsito y de retorno de migrantes—, y en donde la penetración de la delincuencia organizada ha incrementado sustancialmente los riesgos a los que se enfrentan…