El pasado 30 de junio, en una entrevista transmitida por radio UNAM, el entonces director del Instituto de Investigaciones Estéticas de la Universidad protagonizó un crudo episodio de violencia de género: “Yo he pensado mucho que los feminicidios son finalmente un acto de amor, porque la tortura, la cercenación, la huella sobre el cadáver es una pasión del alma”. Para sorpresa de nadie, el investigador manifestó que “nunca” se ha declarado “feminista ni aliado”, pues le parecen “términos absolutamente banales”; y expresó su hartazgo con el hecho de que a los varones “se les infrinja, se les someta a pedir perdón. Ya no lo aguantamos también. Hay una masculinidad diluida por toda esta violencia de género”.
Estas afirmaciones provienen de un académico de nuestra máxima casa de estudios con doctorado en historia del arte, titularidad de tiempo completo, y diversos patrocinios y reconocimientos. Sus palabras hacen patente, una vez más, una cultura arraigada de misoginia y violencia sexista; un machismo tóxico y resentido que impera en el pensamiento de muchos hombres y que se disemina desde posiciones de liderazgo. Una cultura que se alimenta de expresiones como ésta, que pretenden no solo justificar la violencia, sino enaltecerla, ennoblecerla, hacerla parte de la condición humana…