Las redes sociales —particularmente Facebook— han revolucionado la manera como nos relacionamos con otras personas y con el mundo. A través de esa red, personas con intereses comunes forman comunidades virtuales, hacen llegar sus opiniones a las masas, interactúan con los gobernantes, y acceden a la información a menores costos, todo lo cual ha tenido un efecto en cierto sentido democratizador.
Sin embargo, ya en esta columna me he referido al impacto que ha tenido el modo de operar de Facebook en el ejercicio de la libertad de expresión y del derecho a la vida privada, lo que necesariamente trae aparejados retos importantes para la democracia moderna.
El propio Mark Zuckerberg, ante el senado de Estados Unidos, reconoció algunos de los riesgos que Facebook representa para nuestro modo de vida democrático: difusión de noticias falsas; orquestación de campañas de desinformación por parte de gobiernos, partidos políticos o intereses privados; proliferación del lenguaje de odio, o perpetuación de la publicidad discriminatoria, son solo algunos de ellos. Adicionalmente, algunos senadores republicanos denunciaron el posible sesgo ideológico de los moderadores de contenido de la compañía, en lo que vendría a representar una privatización de la censura…