Los derechos humanos son prerrogativas inherentes a todas las personas, que encuentran su fundamento en la idea de que todos los seres humanos, por el solo hecho de serlo, somos iguales en dignidad, por lo que ninguna condición como la nacionalidad, el género, el origen nacional o étnico, el color, la religión o la lengua, puede servir de justificación para que tales derechos nos sean despojados. En este sentido, los derechos humanos son universales, indivisibles, interdependientes y progresivos: pertenecen a un ámbito protegido —una esfera de lo indecidible— que la voluntad de las mayorías no puede alcanzar. No pueden ser materia de consulta ni someterse a votación; no puede darse marcha atrás en su protección.
Con todo, los derechos humanos están formulados en términos amplios que dejan grandes márgenes de interpretación sobre su contenido específico. La extensión de los derechos humanos, su significado y alcance, es materia de desacuerdos profundos y, en esa medida, los derechos con que hoy contamos son verdaderas conquistas; son el resultado de la lucha de las personas por el reconocimiento de esa dignidad y de esa igualdad que las mayorías muchas veces les quieren escatimar.
Por ello, a pesar de lo mucho que se ha logrado en la protección y desarrollo de los derechos humanos, a pesar de los compromisos internacionales y los mecanismos que nos hemos dado para protegerlos, éstos están en constante peligro y los hechos nos demuestran que pueden ser revertidos.