El pasado 30 de abril muchos niños en nuestro país no tuvieron nada que festejar. Un sinnúmero de ellos vive en situaciones de violencia intrafamiliar, trabajo infantil, pobreza extrema, abuso y explotación sexual. Demasiados son reclutados por el crimen organizado, orillados a migrar en condiciones deplorables, o bien, objeto de bullying, cyberbullying, grooming, sexting… Son muchas las circunstancias por las que niños y niñas son despojados de su infancia; son múltiples las condiciones que les impiden el pleno disfrute de todos sus derechos y obstaculizan su desarrollo.
Una de estas duras realidades es la de los bebés que habitan con sus madres en reclusión. Es evidente que una prisión no es un lugar apto para un infante. Los centros penitenciarios no están adaptados a las necesidades de los menores; su finalidad no es acogerlos, y en tal medida carecen de la infraestructura y servicios que requieren. Peor aún, el hacinamiento y sobrepoblación, las condiciones deficientes de reclusión, la ausencia de servicios básicos y la falta de control efectivo de los penales por parte de las autoridades, que caracterizan a los centros penitenciarios en México, producen un entorno en el que los niños muchas veces son testigos de violencia, riñas, consumo de drogas o actos sexuales; además de que carecen de acceso a servicios adecuados de salud, educación, alimentación, lugares de esparcimiento, etc…